Entre las tradiciones de Navidad destinadas a los niños están los cuentos navideños. Estos ensalzan valores tales como la amabilidad o la generosidad en estas fechas tan señaladas. Además, también buscar que el espíritu navideño cautive a los niños a través de las diversas historias que se han escrito en todo el mundo utilizando la Navidad como fondo de toda la trama. Los cuentos navideños tienen multitud de orígenes y aunque sean de temática navideña, nos transmiten las tradiciones propias del lugar de origen de estos.
Cuento de Navidad, Charles Dickens (1843)
Ebenezer Scrooge es un viejo empresario que apenas tiene relación con las personas y al único cercano, Bob Cratchit, no le trata de la manera más correcta ya que tiene en el recuerdo a su anterior colaborados, Jacob Marley. Todos los días repite la misma rutina yendo de su casa al trabajo y viceversa sin pararse a hablar con nadie.
Un día antes de Navidad, Ebenezer estaba en su despacho cuando su sobrino entró a felicitarle las navidades y a invitarle a cenar esa noche en su casa. Como persona que odia la Navidad le echa de malas formas denegando la invitación. Acto seguido, hace que su empleado Bob Cratchit trabaje más tiempo del normal y le obliga a venir antes el día después de Navidad para compensar las horas del día festivo. Una vez dadas las órdenes va a su casa y se mete a la cama.
De la nada, se le aparece el espíritu de su anterior socio para recriminarle su actitud con respecto a la Navidad y le avisa de que van a ir a visitarle tres fantasmas, uno por cada noche venidera. En la primera noche, le aparece el fantasma de las navidades pasadas y le traslada a su lugar de nacimiento donde se pudo ver de pequeño, en su primer trabajo de aprendiz y se puso sensible viendo el recuerdo de su hermana. En la segunda noche, el fantasma le traslada a las navidades presentes. Ve a su ayudante celebrando la Navidad en familia con su hijo enfermo y a su sobrino cenando en familia. El viaje en la tercera y última noche es a las navidades futuras donde se ve a sí mismo muerto sin que nadie sienta su pérdida mientras que, por otra parte, sí que se siente apenados por el fallecimiento del hijo de su ayudante.
De repente, se despierta sobresaltado y se da cuenta de que todo ha sido un sueño y que se encuentra en la mañana de Navidad. Se levanta de la cama con mejor humor que nunca y encarga rápidamente el mejor pavo de la ciudad para su ayudante y le comunica su aumento de sueldo. Acto seguido, se pone sus mejores galas para ir a casa de su sobrino a disfrutar de la comida de Navidad.
Rudolph, el reno
Érase una vez un reno que había nacido con una nariz roja y brillante al contrario que todos sus amigos. Se llamaba Rudolph. Allí a donde iba, los demás renos se burlaban del color de su nariz diciendo que parecía un payaso. Poco a poco, Rudolph fue avergonzándose tanto de sí mismo que se encerró en casa sumido en la tristeza. Finalmente, llegó un día en el que no pudo más y, con el apoyo de sus padres, abandonó su pueblo para irse a recorrer el mundo huyendo de las burlas.
Recorrió kilómetros y kilómetros en soledad hasta que la víspera de Navidad la suerte ser cruzó en su camino. Esa noche, Papá Noel se encontraba preparando su trineo para salir a repartir los regalos de todos los niños del mundo. Estaba terminando de atar a todos los renos cuando de la nada surgió una intensa niebla invadió todos los cielos de la tierra. Papá Noel empezó a sentirse nervioso porque veía que no iba a poder realizar su misión navideña. De repente, vio algo rojo entre la niebla y fue hacia allí. Cuando llegó, se encontró con Rudolph y prestó especial atención a su luminosa nariz. Al darse cuenta de que ahí estaba su solución, le pidió que si quería unirse a tirar de su trineo, a lo que Rudolph aceptó rápidamente. Acto seguido pasó a ponerse al frente del trineo. Gracias a la nariz roja y luminosa de la que tanto se habían reído, Papá Noel pudo repartir los regalos a todos los niños del mundo en la noche previa a Navidad.
El cocinero de Navidad
Érase una vez un cocinero que tenía el encargo de preparar un menú para la comida de Navidad. Era un cocinero brillante, pero para esa ocasión en concreto no se le ocurría ninguna idea que mereciera la pena. Desechaba todo aquel menú que le viniera a la mente por no verlo suficientemente bueno. Llegó la víspera de Navidad y del agotamiento se quedó sobre la mesa de la cocina y empezó a soñar.
Era Papá Noel y se encontraba en su trineo sin renos dirigiéndose hacia algún lugar que él aún desconocía. De repente, se paró frente a una casa en el bosque que se encontraba aparentemente vacía. Además, estaba decorada con motivos navideños, sin olvidar los típicos calcetines donde debían colocados los regalos.
Se sentó en la butaca junto a la chimenea y comenzó a vaciar el contenido del saco. De él empezaron a salir distintos manjares. En primer lugar, una crema de queso y pan cuyo olor alimentaba de sólo olerlo. Tras ella, una sopa de gallina con tropiezo. Finalmente, sacó una pata de cerdo acompañada de multitud de guarniciones, todas realmente apetitosas. Entonces, se percató de que le faltaban los postres y se acercó a una pequeña mesa que había en un rincón y sobre ella colocó una tarta de manzana y nueces, figuras de mazapán, compota al Oporto y helado de polvorón. Hasta ahí llegó su menú, no sin antes llenar los calcetines de dulces navideños caseros.
De repente, se despertó y se vio a sí mismo dormido en la cocina. Rápidamente se levantó y se puso manos a la obra a preparar los deliciosos manjares que había visto en la casa del bosque que visitaba en su sueño.
El hombre de jengibre
Érase una vez una mujer mayor que vivía en plena naturaleza y a la que le encantaba utilizar su horno para hacer galletas y pasteles. Llegado el día de Navidad decidió hacer un hombre de jengibre al que no le faltara detalle alguno y lo metió en el horno hasta que estuviera crujiente. Entonces, la anciana abrió el horno y el hombre saltó escapándose corriendo. La mujer comenzó a perseguirlo, pero no lo conseguía alcanzar.
A lo largo del camino se cruzó con un pato, un cerdo y un cordero, a los que superó en velocidad y vaciló por haberlos dejado atrás al igual que a su creadora. De repente, llegó a un río donde se encontró con un zorro. A éste también le desafió para ver si le alcanzaba, pero éste se valió de su astucia. Intentó ganarse la confianza del hombre de jengibre diciéndole que era su amigo y que le iba a ayudar a cruzar el río.
Entonces, la galleta confió en él y se subió por la cola al lomo del astuto animal. Tanta era la confianza del hombre de jengibre en el zorro que no sospechó nada cuando éste le dijo que se situara encima de su boca para estar más cómodo. Sin previo aviso, el zorro abrió su boca comiéndose así al hombre de jengibre. Entonces, la mujer mayor vio que no iba a poder recuperar a la galleta que había horneado hace poco y volvió a su casa para hacer otra.